25.5.16

Cuerpo, naturaleza, espíritu...



-¿Qué reprocha usted al análisis? -dijo con la cabeza inclinada sobre el hombro-. ¿Está usted mal dispuesto contra el análisis? Usted me encontrará siempre dispuesto a replicarle, ingeniero -añadió inclinándose y saludando con un gesto de la mano, hacia el suelo-, sobre todo cuando da pruebas de ingenio en sus objeciones. Habla usted con elegancia. Humanista, ciertamente lo soy. Usted no me ganará jamás para las tendencias ascéticas. Siento respeto y amor hacia el cuerpo, como siento amor y respeto hacia la forma, la belleza, la libertad, la alegría y el placer, como me represento el mundo de los intereses vitales contra la huida sentimental fuera del mundo, y el clasicismo contra el romanticismo. Creo que mi posición no tiene equívoco. Pero hay un poder, un principio hacia el cual va mi más alta aprobación, mi homenaje supremo y último y mi amor, y esa potencia, este principio, es el espíritu. Por repugnancia que experimente al ver que se opone al cuerpo no sé qué especie de tejido, qué fantasma de luz de luna al cual se llama "alma", considero que en esta antítesis entre el espíritu y el cuerpo, el cuerpo significa el principio malo y diabólico, pues el cuerpo es naturaleza, y la naturaleza, opuesta como usted lo hace al espíritu de la razón, es mala; mística y mala. "¡Usted es humanista!" Indudablemente lo soy, pues soy un amigo del hombre, como lo era Prometeo, un enamorado de la humanidad y de su nobleza. Pero esa nobleza radica en el espíritu, en la Razón, y por eso en vano lo reprochará usted de oscurantismo cristiano...

Settembrini en La montaña mágica, de Thomas Mann


1.5.16

Las potestades



[aparece] una vez más ataviado con los harapos de las palabras (…) Oímos que habla. Dice frases que escribió un día, con enorme emoción difícilmente comparable a cualquier otra en el mundo desde que Dios se ausentó del corazón de los humanos. Y, si es que hay potestades en el aire (…), sienten especial preferencia por retozar en las noches de siega, reconocen esa honda conmoción que oyeron antaño en Judea, en Roma y en Saint-Cyr, en todos los lugares en que con emoción se imprimió cadencia a la lengua. La conocen. También nosotros la conocemos, sabemos que existe; más no sabemos en realidad en qué consiste (…)
¿Qué es lo que hace que la literatura se reanude sin fin? ¿Qué es lo que impulsa a los hombres a escribir? ¿Los demás hombres, sus madres, las estrellas, o las antiguas cosas inmensas, Dios, la lengua? Las potestades lo saben. Las potestades del aire son ese sutil viento entre las hojas.

Pierre Michon, Rimbaud el hijo